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Don Ruben Alberto de Gavalda

Discurso pronunciado por el Gran Maestre en la Iglesia Catedral Primada de Buenos Aires el 24 de abril de 2008, festividad de Nuestra Señora de Buenos Aires

Estimados Hermanos en la Orden:
 
Nos reunimos en este día especial, en que la Iglesia recuerda a la Madre del Salvador en su advocación de los Buenos Aires, para incorporar a un nuevo integrante a la Orden. Lo sabemos persona integra, de bien y comprometido. Lo recibimos gozosos en el seno y misión de la Orden.
 
De manera particular en este año celebramos el primer lustro de la restauración de la Orden; son cinco años de empeñoso y gustoso esfuerzo por cumplir y hacer cumplir el ideario y misión de la Hermandad.
 
Singularmente debemos señalar el centenario de la solemne celebración que proclamó a la Virgen de Buenos Aires como Patrona máxima de Cerdeña; festejos que tendrán su epicentro en la visita que Su Santidad Benedicto XVI realizará al Santuario de la Virgen de Bonaria, en Cagliari, en septiembre próximo.
 
Co-hermanos, desde el tiempo de las cruzadas heredaría la Caballería un hondo sentido del honor y de la defensa de la fe. El caballero vive en un idealismo en el que el idealismo lo llena todo. Son virtudes de la Caballería cristiana:
 
La Sabiduría
La Caridad
La Lealtad
El Valor
 
Estos ideales y principios, aunque no parezca no han muerto. Las Ordenes de caballería como entes vivos, apasionan a quienes conocen su naturaleza. Ellas, las ordenes, pueden y deben aportar al mundo caótico y materialista en el que vivimos, el calor de la cortesía, la lealtad, la generosidad y la franqueza.
 
Recuperar la moral frente a lo que engañosamente ético, no es mal programa para iniciar una acción caballeresca y altamente nobilitante. Ser caballero requiere poner la meta en altas empresas ideales, una tensión sublime que justifica toda una vida.
 
Sus distintivos constituyen lo externo, lo que efectivamente vale son los hechos, los actos, las realizaciones. Bajo estas premisas, os invito estimados Hermanos, a tener valor para buscar la excelencia en todas las tentativas que se esperan de un caballero, tratando de encontrar la fuerza necesaria para ser usada al servicio de la justicia, en vez de para el engrandecimiento personal.
 
Sean leales para que sean conocidos por vuestro inquebrantable compromiso con quienes nos necesitan: la gente pobre, humilde y necesitada material pero sobre todo espiritualmente.
 
Traten siempre de defender a la patria, a la verdadera religión, a la familia (celula indispensable sin la cual nada es posible) y a todos aquellos a los que ustedes consideren dignos de vuestra lealtad.
 
No claudiquen en el coraje, pues ser un caballero significa, a menudo, elegir el camino más difícil, el más costoso a nivel personal. Estén preparados para hacer sacrificios personales al servicio de los preceptos y todos aquellos por quienes tenemos y encontramos razón de ser.
 
Sostengan, busquen y pidan a Dios Nuestro Señor la fe: ya que un verdadero caballero debe tener fe en sus creencias; la fe les librará del desarraigo y les dará esperanza para luchar contra la desesperanza que suponen las debilidades humanas.
 
Valoraren primero las contribuciones de los demás; no se jacten de sus propios logros, dejen que eso lo hagan los demás por ustedes. Contar las hazañas de los demás antes que las propias, les otorgara el renombre bien ganado mediante actos virtuosos.
 
Sean siempre generosos en la medida en que sus recursos propios se los permitan. Busquen incansablemente la grandeza de carácter, manteniéndose fiel a las virtudes y tareas de un caballero, dándose cuenta de que, aunque los ideales no puedan ser alcanzados, el hecho de esforzase por hacerlo ennoblece el espíritu y hace que el carácter crezca desde las cenizas hasta la gloria.
 
Nosotros, Caballeros, Damas, Aspirante y Hermanos en la fe honramos pues, en esta Catedral porteña, a la sagrada y gloriosa Virgen María de los Buenos Aires, porque es Madre de nuestro Padre soberano y, por consiguiente, nuestra gran Madre; invocamos a esta dulce Madre, Nuestra Patrona e imploramos su amor maternal.
 
En la cruzada de estos tiempos, hoy como siempre, nos abandonamos a su maternal intercesión y reescribimos en nuestro corazón con letras de amor la promesa que hemos realizado al ingresar a esta Hermandad, con plena confianza puesta en ti.
Bajo tu manto, Madre de Buenos Aires, nos congregamos y celebramos porque eres dulzura de los ángeles, alegría de los afligidos, abogada de los cristianos, y patrona de los caballeros a ti consagrados. 
Nosotros tus Caballeros y Damas nos alegramos en ti, tú eres nuestro auxilio y nuestra esperanza; protégenos y sálvanos de los sufrimientos eternos y danos las fuerzas para continuar sin desfallecer por el camino que hemos iniciado, que lleve a nuestros hermanos en la fe a la fuente del amor eterno que no tiene fin. 

Por ultimo les pido franqueza para tratar de hacer todo de lo que les he expresado de forma tan sincera como sea posible, no en razón de un beneficio personal, sino porque es lo correcto.
 
Imploro a Dios Nuestro Padre y Señor, por intermedio de Nuestra Señora, Santa Maria de Buenos Aires, derrame sobre nosotros sus celestiales bendiciones y nos colme de un celo interminable de amor y respeto al prójimo para que, como Caballeros de la Orden de Nuestra Señora de Buenos Aires, hagamos un mundo mas justo y mas fraterno.
Amen.

SÚPLICA A LA VIRGEN DE BUENOS AIRES

Santísima Señora de Buenos Aires, Madre de Dios; tú eres la más pura de alma y cuerpo, que vives más allá de toda pureza, de toda castidad, de toda virginidad; la única morada de toda la gracia del Espíritu Santo; que sobrepasas incomparablemente a las potencias espirituales en pureza, en santidad de alma y cuerpo; míranos culpables, impuros, manchados en el alma y en el cuerpo por los vicios de nuestra vida impura y llena de pecado; purifica nuestro espíritu de sus pasiones; santifica y encamina nuestros pensamientos errantes y ciegos; regula y dirige nuestros sentidos; líbranos de la detestable e infame tiranía de las inclinaciones y pasiones impuras; anula en nosotros el imperio de nuestro pecado; da la sabiduría y el discernimiento a nuestro espíritu en tinieblas, miserable, para que nos corrijamos de nuestras faltas y de nuestras caídas, y así, libre de las tinieblas del pecado, seamos hallados dignos de glorificarte, de cantarte libremente, verdadera madre de la verdadera Luz, Cristo Dios nuestro. Pues sólo con Él y por Él eres bendita y glorificada por toda criatura, invisible y visible, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Permítenos oh Madre decirte humildemente: Dios te salve…
 
¡Oh santísima Señora de Buenos Aires, excelentísima Madre de Dios y piadosísima Madre de los hombres! Después de Dios, tú eres la única esperanza de los pecadores y la mayor confianza de los justos. La Iglesia te llama vida, dulzura y esperanza nuestra, y todos los pueblos ponen en ti sus ojos, esperando de ti todas las gracias. Nosotros también, dulce abogada, acudimos a ti en estos días, instándote para que nos oigas y concedas las gracias que te pedimos. Danos, en primer lugar, un amor sincero a tu divino Hijo, observando su santa ley cristiana; alcánzanos también la salud del cuerpo y la serenidad del espíritu, la paz en la familia y la suficiencia de medios para la vida; concédenos ser verdaderos heraldos de tu Nombre; Permítenos oh Madre decirte humildemente: Dios te salve…
 
¡Oh Virgen, que superas toda alabanza! Todo lo que tú quieres, lo puedes ante Dios, de quien eres Madre; y, aun cuando nosotros somos pecadores, tú eres dulce madre del Redentor y dulce madre nuestra, y puedes abogar por tus hijos pequeños y pecadores ante tu Hijo altísimo y redentor; a tu nombre se abren las puertas del cielo; en tus manos están todos los tesoros de la divina misericordia; óyenos, oh plácida Virgen y Madre permítenos decirte humildemente: Dios te salve…
 
Petición: 
Santa María, socorre a los desgraciados, ayuda a los pusilánimes, reanima a los que lloran, ora por el pueblo, intervén por el clero, intercede por las mujeres consagradas, sientan tu auxilio todos los que celebran tu santa festividad.
 
Oh Reina Coronada de los mares, Estrella de divinos fulgores, Patrona de los navegantes, asilo cierto y amparo seguro en todos los infortunios de la vida. Esperanza y gloria de tus hijos, guía nuestro incierto bogar en el borrascoso mar del mundo, y haz que un día, con jubilosos himnos, te saludemos en el dichoso puerto de la eterna seguridad. Amén.
 
Santa Maria de Buenos Aires, ruega a Dios por nosotros que recurrimos a Vos. 

 

 

 
   
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